El Congreso de Estados Unidos (y también de varios países) tiene una oportunidad para hacer que cualquier salvataje de industria que tenga su origen en el Coronavirus dependa del cumplimiento de compromisos que permitan alcanzar los acuerdos adoptados en el pacto por el clima de París. (Por Bill Mackibben)
El siguiente texto está traducido íntegramente de esta columna: https://www.newyorker.com/news/daily-comment/if-were-bailing-out-corporations-they-should-bail-out-the-planet?utm_source
Una de las mejores posibilidades de sacar algo positivo de la pandemia originada por el Coronavirus podría estar pasando rápidamente desapercibida. A medida que la economía se deprime, las grandes empresas se encuentran a sí mismas en la necesidad de pedir asistencia al Gobierno y, en Capitol Hill, Washington D.C., el rumor de una medida de alivio financiero de medio billón de dólares trae consigo a los lobbistas de vuelta a la escena. La tarde del jueves, el senador demócrata por Rhode Island, Sheldon Whitehouse, describió la escena como “baja”, al citar a uno de los gestores de intereses: “Todos están pidiendo algo, y aquellos que no lo están haciendo, solo no lo hacen, porque no saben cómo preguntar por ello”. Whitehouse añadió: “Temo que los medioambientalistas no saben cómo preguntar, porque hasta ahora, en medio de toda esta turba, aún no hemos escuchado mucho de ellos”.

Las empresas recibirán la ayuda, pero los demócratas cuentan con suficiente poder legislativo para asegurar que esa ayuda venga con, a lo menos, uno que otro condicionante. Si logran imponer ese extra con un poco de cuidado, habrán utilizado esta emergencia para ayudar a resolver la inminente crisis climática en manera que parecían inimaginables hace tan solo unos días atrás. Para aquellos que buscan el modo de dotar de legitimidad la asistencia económica para las empresas aquí, una clave: cualquiera sea el tipo de rescate, este dependerá del compromiso que adopte su respectiva industria para alcanzar las metas establecidas en el acuerdo del clima de París y de que demuestren a lo largo de los próximos meses cómo está llevándose a la práctica ese plan.
Consideremos, por decir algo, la industria aeronáutica. Obviamente, ella requiere de un alivio, incluso a pesar del hecho que una de las más grandes del mercado gastó el 96% de sus ganancias durante la década pasada recomprando acciones en vez de, por decir algo, prepararse para el futuro. A nombre de los asistentes de vuelo y pilotos y mecánicos que las aerolíneas emplean, es que corresponde recibir ese alivio. Pero cualquiera que debe vivir en un planeta que rápidamente se calienta debería también recibir algo a cambio. Y ya que, a las actuales tasas de crecimiento, para el 2050, el transporte aéreo amenaza con comerse hasta un cuarto del carbono que el mundo entero tiene para emitir, y que hay cumplir con las metas climáticas dispuestas en París, ese algo tiene que ser un cambio diametral de dirección. El viernes, algunos grupos medioambientalistas propusieron que “el Congreso debe cubrir la totalidad del ciclo de las emisiones de gas de efecto invernadero de las flotas de aerolíneas estadounidenses, manteniendo los niveles alcanzados el 2020 y las emisiones en general deben caer al menos 20% por década de ahora en adelante.” (La administración Trump hasta ahora ha eludido los llamados de la ley de aire limpio de 1970 a regular las emisiones de aeronaves.) Y las aerolíneas deberían actuar no adoptando el compromiso de plantar árboles sino quemando menos combustible – haciendo las rutas de vuelo más lógicas y diseñando aviones más eficientes.
O tomemos los bancos: si ellos quieren un rescate, deberían comprometer el fin del financiamiento de proyectos de inversión expansionistas de combustible fósil. Ellos no se ven dispuestos a contenerse – el miércoles la ONG Rainforest Action Network, con sede en San Francisco lanzó una actualización de su reporte “Banking on Climate Change”, que muestra que los cuatro mayores bancos de Estados Unidos continúan liderando el financiamiento del calentamiento global, con JPMorgan Chase habiendo traspasado, aparentemente, más de 250 billones de dólares a la industria de los combustibles fósiles desde el término de la Conferencia de las Partes de París.
O tomemos la industria de los combustibles fósiles por sí sola. Ella ha ido en descenso desde hace ya una década, a medida que las energías renovables se quedan con la mayor parte del crecimiento de la demanda, pero la crisis del coronavirus ha golpeado el precio del petróleo. Trump prometió llenar la Reserva estratégica de petróleo “hasta el tope”, pero los taladradores querrán sin duda más. Así, como me dijo Michael Brune, el director del Sierra Club, el jueves “la industria del combustible fósil ya está en la actualidad fuertemente subsidiada por el gobierno federal, y ellos no deberían recibir bajo ningún respecto recibir otra ayuda, sea que esta sea a través de créditos de bajo interés, exención de pago de regalías, subsidios vía nuevos impuestos, o mediante el llenado de la reserva de petróleo.” Mayor ayuda debería llegarles solo si estas compañías asumen el compromiso de detener su exploración en búsqueda de nuevo petróleo, dado que los científicos del clima han dejado en claro que no podemos quemar lo que ya tenemos en nuestras reservas.
Nada de esto es ideal. En un mundo ideal, nosotros usaríamos este momento para echar a andar rápidamente un New Deal Verde, empleando a los recientemente desempleados estadounidenses en la construcción de nuestro nuevo sistema de energía renovable y tirando las líneas de trenes de alta velocidad que ayudarían reducir la demanda de vuelos de corta distancia. Pero por ahora, aquí hay una lista de “5 principios para la aplicación de alivios y estímulos relacionados al Covid-19” a los que docenas de grupos ambientalistas han suscrito (350.org, que yo ayudé a fundar es uno de los suscritos), que ofrece una guían para tener en cuenta que “las decisiones tomadas ahora mismo modelarán nuestra sociedad por los años, si no décadas, venideras.”
No es que este tipo de condiciones no tengan precedente: luego de la crisis financiera de 2008, el presidente Barack Obama usó los rescates gubernamentales de General Motors y Chrysler para forzarlo, y por extensión al resto de la industria automotora, a aceptar estrictos nuevos estándares para el ahorro de combustible, en lo que puede haber sido el mayor golpe que dio contra el cambio climático durante su estadía en el poder. (No resulta necesario decir que la administración Trump ha trabajado duramente para destrozar este logro.) El principio es claro: tomar dinero de la sociedad significa que tú debes a la sociedad algo. No es probable que Trump y los republicanos en el Senado persigan cumplir ese principio, pero dad que los demócratas controlan la cámara de representantes ellos tendrán una voz importante en el resultado. La pregunta que los votantes con conciencia por el clima harán en los próximos años será: ¿lograste un acuerdo útil cuando tenías el poder para hacerlo?
Nuestra meta no puede ser simplemente retornar al statu quo anterior, porque esa normalidad antigua estaba conduciendo una crisis climática que eventualmente probará ser tan destructiva como una pandemia. Con solo un poco de coraje de los legisladores demócratas, podríamos estar construyendo, efectivamente, un mundo más seguro en cada uno de los frentes.
Columna de Bill McKibben, quien es uno de los fundadores de la campaña 350.org y colaborador de The New Yorker. Él escribe “The Climate Crisis”, el boletín sobre el medioambiente de The New Yorker.
Texto Traducido íntegramente por Joaquín Fuentealba